Sentado en la piedra gris
donde yo jugaba antaño
los recuerdos se me mezclan
en tonos tornasolados,
se deslizan por el alma
como las gotas de agua
y me rompen desde dentro
como si tuvieran filo,
como si fueran espadas.
Y cabalgo de nuevo
en mi caballo de viento,
con la luz en sus hijares
por aquel camino nuevo,
donde dragones dorados
vuelan y rugen,
como volcanes
que se hubieran desbocado,
pero mi caballo galopa
bajo cielos estrellados,
y mi armadura reluce
como si el mismísimo sol
de luz la hubiera dorado,
y las tinieblas se abren
porque se rompe su velo
al paso de mi caballo,
y la piedra ya no es gris
sino de un color extraño,
del que la mano de un niño
de arco iris la ha pintado.
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