Si al entrar en el desván puedes llegar a intuir un soplo de aire fresco tras un día caluroso, la caricia que alivia la caida o el sueño tras un día de trabajo...entonces sabré que he conseguido mi objetivo

lunes, 20 de junio de 2011

Invierno



El cielo tiene un color rojizo, que tinta la nieve en las cumbres con brochazos irregulares, mientras en los valles la oscuridad se ve salpicada por las luces de pequeños pueblos de montaña, que despiden el día y abrazan a la noche que comienza.

Me queda el regusto de una jornada que inicié temprano, casi al alba....


Despierto envuelto en el suave abrazo de un edredón de plumas que me da la sensación de estar arropado por una nube. Después de desayunar chocolate caliente, varios gipfeli y un gran trozo de Butterzopf con mermelada de arándanos bebo un zumo de manzana.

Me calzo los esquís en la puerta de la cabaña de madera y observo el humo de la chimenea, que sube recto hacia un cielo que comienza a ser azul. Mi mochila lleva agua, un extra de chocolate y frutos secos, amén de los objetos de supervivencia habituales.

Me deslizo empujándome con los largos bastones hasta alcanzar lo que intuyo una senda que se adentra en un bosque oscuro me siento vivo y feliz, los únicos sonidos son los que produce mi avanzar deslizante, mi respiración que termina convertida en una nube de vapor y la nieve que se desprende de vez en cuando de alguna de las miles de coníferas que forman el bosque, produciendo un ligero ¡plof! al chocar con su hermana del suelo. Debajo de este manto descansan hasta la primavera la genciana bávara de tonos azulados y la pulsatila alpina.

Hago mi primera parada sin apearme de mis largos compañeros, al lado de un enorme tronco caído, mastico chocolate , bebo un trago de agua y al levantar la cabeza tengo el privilegio de observar el planeo solemne, sublime, de un águila real por encima de las copas nevadas.

Atravieso una aldea de casas pequeñas de madera casi negra, con los tejados cubiertos por una gruesa manta blanca, inmaculada. Las calles aparecen vacías de gente, pero se que en el interior de los hogares hay vida, porque de las chimeneas salen columnas de humo gris, además vislumbro a mi paso y a través de los cristales cubiertos con blancas y elaboradas cortinillas retazos de escenas familiares. A la salida del pueblo me uno a un pequeño grupo de vacas que caminan tranquilas, bamboleándose al ritmo de los cencerros que cuelgan de sus cuellos gruesos; van conducidas por un hombre de mediana edad, de piel aspera y curtida que apenas se fija en mí.

Según avanzo observo el cielo que de repente se empieza a cubrir con nubes oscuras, que presagian un cambio de tiempo. Me interno nuevamente en el bosque, por encima de las copas de los árboles puedo ver los picos de las montañas afilados, que comienzan a ocultarse jugando al escondite con nubes cambiantes.

La mañana discurre al ritmo de mi marcha, empiezo a notar el cansancio y paro a reponer fuerzas en un claro, al lado de un abeto enorme de ramas retorcidas (¿Busco su protección?).
Sigo, comienza a nevar, al principio despacio, los copos son pequeños y granulados, pero poco a poco se van convirtiendo y crecen para hacerse grandes como plumas, hasta dificultar la visibilidad. De repente noto que estoy perdido dentro de un mundo blanco, sin apenas referencias visuales conocidas, sólo oscuras siluetas que adivino más que veo y se me antojan seres gigantescos y ancestrales. Las huellas de mi avance han desparecido, por lo que no puedo retomarlas, el pueblo no debe estar demasiado lejos, pero no se en que dirección. Decido parar y esperar, saco del macuto la capa impermeable, me suelto las fijaciones de los esquís y los clavo verticales , poniendo mi capa sobre ellos para construir un precario refugio. No hace frío y no me siento asustado por mi situación, observo la nevada mientras como chocolate. El silencio es absoluto, casi duele. ¿Existe el mundo o estoy solo en él? ¿Hay ciudades ? a lo mejor han desparecido en este universo albino. Me siento un ser único y primitivo unido a un espacio borroso e intemporal.

Al cabo de una hora deja de nevar y mi campo de visión se amplía, todo lo que me rodea parece nuevo, a estrenar; casi no me atrevo a moverme para no romper esta maravillosa armonía, pero finalmente lo hago sacudiendo la nieve caida sobre mi refugio, que se había mimetizado completamente en este mundo sin mácula.

Las nubes corren por el cielo como rápidos y amorfos corceles dejando ver trozos de un azul limpio.

Mis puntos de referencia comienzan a aparecer y ya distingo una forma peculiar o la protuberancia de una roca conocida. Vuelvo sobre mis pasos porque el tiempo ha discurrido rápido, como agua de cascada, la luz en esta época del año dura poco y a pesar de que llevo una linterna frontal para emergencias no tengo ganas de utilizarla por un camino que no conozco demasiado.

El descanso y la nieve recién caída me animan a empujar y deslizar, empujar y deslizar, atravesando un paisaje que me embelesa. El ejercicio y la tensión de mis músculos liberan endorfinas en mi cerebro que me emborrachan de alegría y de plena satisfacción, noto mis mejillas ardientes y mi pulso rítmico y acelerado. ¡¡¡Estoy vivo, lo siento y disfruto!!!

Veo mi cabaña a lo lejos y hago una parada para contemplarla, allí me espera el confort del fuego, la comida caliente y la sensación de guardar en mi recuerdo: ¡Hoy he vivido!

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