Si al entrar en el desván puedes llegar a intuir un soplo de aire fresco tras un día caluroso, la caricia que alivia la caida o el sueño tras un día de trabajo...entonces sabré que he conseguido mi objetivo

martes, 21 de junio de 2011

Desi y el mar












El mar se deshacía en espuma, quejándose con un lamento profundo y gutural cada vez que se encontraba con las rocas de la escollera, siguiendo un ritmo calculado y constante. Pero Desi ya no le oía, de oirle tantas veces había acoplado el sonido a sus propios ritmos vitales y no apreciaba aquel golpeteo kármico, ni el olor a sal húmeda en el aire; ella servía las mesas y cobraba a los clientes que se sentaban cansinamente, agobiados por el calor pringoso, mientras murmuraban: "¡Esto es vida!" "¡Qué tranquilidad!", y otras expresiones similares para justificar su estancia al lado del mar y el gasto vacacional, lejos de sus lugares de origen mejores seguramente. Eso pensaba Desi, ¡Con lo que a ella le gustaría vivir en una gran ciudad! tráfico, gente, bares de copas, cines, marcha, vida.... aquí el verano era animado, había un poco de todo eso, pero cuando en otoño comenzaban a caer las primeras lluvias, la gota fría que decían, se acabó el asunto; se cerraban los chiringuitos, se recogían las terrazas, se apagaba la música, y las calles aparecían desiertas, solitarias y tristes como perrillos abandonados. Entonces el bar se alimentaba de la clientela local (poca), y las únicas cosas que se podían hacer eran: ir a pescar alguna tarde, la tele, algún libro o cogerse el autobús para ir a la rambleta, y hacer "no-se-querías", porque al final después de entrar en alguna tienda o tomarse una cerveza, siendo ella la servida entonces, volvía a casa igual de vacía, se sentía caracola sin bicho.





Le aburrían los amigos de siempre, proponiendo planes copiados a los del día o la semana anterior, además en temporada poco se podía una divertir. Algunas tardes aprovechaba para ir un rato a Cala Tancada, poco conocida por el turisteo, por lo que solía estar sola, nadaba un rato, tomaba el sol y se recreaba contemplando sus dos tatuajes; una sirena de largos cabellos enredada en su brazo izquierdo y un dibujo tribal encima del tobillo derecho. Eran sus compañeros, los que estaban siempre con ella. El tribal no decía nada, era callado y sólo escuchaba algún soliloquio que otro, pero con la sirena sí dialogaba tumbada sobre la arena, y entonces sí oía al mar, que era su voz, atemporal y ronca, la mecía con su sonido y a veces llegaba a dormirla.





Vuelta a empezar; mesas, cervezas, colas, horchatas... de vez en cuando una sonrisa y un guiño de Vicente, que detrás de la barra siempre estaba secando vasos y poniendo cañas, con su cara coloradota y amable.





El día que tío Damián llamó desde Madrid y le dijo que la necesitaba para su cafetería, no lo dudó. Era septiembre, comenzaba la apatía.


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Desi dormitaba apoyando la cabeza en la barra que había a su derecha, de vez en cuando rebotaba en ella y abría los ojos para buscar postura nuevamente. "Próxima parada... Antón Martín", dijo una voz amable pero impersonal a través de megafonía. El metro se paró y se abrieron las puertas con un ligero chufff. La gente bajó rápidamente, todo el mundo parecía saber a donde ir. Desi buscó la salida, como todos los días, mientras se abrochaba el abrigo hasta el cuello y se enroscaba la bufanda de colores dándose varias vueltas, ya era casi primavera, pero seguía haciendo un frío atroz, había nevado en Guadarrama y el viento soplaba desde la Sierra por las calles queriendo hacerlas suyas. Pero al doblar una esquina más protegida que otras, un sol que quería ser primaveral le rozó el rostro, como un beso tibio, y sin saber por qué, el aire le olió a sal húmeda, por un instante cerró los ojos y escuchó al mar con su voz de siempre, atemporal y ronca, y un escalofrío recorrió su brazo izquierdo y le subió hasta el hombro, el cuello y los ojos, por donde salió convertido en dos lágrimas... En ese momento, en ese instante y por primera vez en su vida sintió que había encontrado su sitio, ahora ya sabía donde tenía que estar...

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